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EL DESCENSO

El descenso nos llama, como nos llamaba el ascenso. La memoria es una especie de consumación, una suerte de renovación, incluso de inicio, pues los espacios que abre son lugares nuevos habitados por hordas de especies hasta entonces impensadas; y sus movimientos se orientan hacia nuevos objetivos (aun cuando antes hayan sido abandonados).

Ninguna derrota es enteramente una derrota, pues el mundo que abre es siempre un sitio hasta entonces insospechado, Un mundo perdido, un mundo insospechado, abre paso a nuevos lugares y no hay blancura (perdida) tan blanca como el recuerdo de la blancura.

Con el atardecer, el amor despierta, aunque sus sombras -que dependen de la luz del sol- se adormecen y se apartan del deseo.

Despierta así un amor sin sombras que ha de crecer con la noche.

Surgido de la desesperación, inconcluso, el descenso despierta a un nuevo mundo que es el reverso de la desesperación. Para lo que no podemos lograr, lo que se niega al amor, lo que perdimos por anticiparnos, se abre un descenso sin fin, e indestructible.

La música del desierto, Lumen, 2010.

William Carlos Williams (1883-1963). Ejerció como médico y escribió dramas y prosa variada antes de convertirse en uno de los poetas más innovadores del siglo XX. Asociado es sus primeros años al modernismo y el imaginismo, pronto abandonó la veta experimental para jugar con las posibilidades coloquiales del inglés. Entre sus obras más conocidas cabe destacar Kora in hell, Spring and all, Cuadros de Brueghel o Viaje al amor.