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Tengo el enorme placer de poder regalaros este poema-homenaje al puente, que me cede mi buen amigo, poeta, periodista, narrador, ensayista, Iñaki Ezkerra. Poema perteneciente a su poemario, Otra ribera, editado por la Universidad del País Vasco en 1998. Que lo disfrutéis. Muchas gracias querido amigo Iñaki, por el impagable detalle y, gozoso compartir el amor que tenemos por el Puente de Deusto.images

Puente levadizo                                            

       Ya no se volverá a partir en dos
el puente como un lento y ordenado seísmo.
Ya no contemplaremos la rutinaria catástrofe
de naipes que era el paso de algún barco.
Tenía algo de rito colectivo,
bendición pontificia o funeral
aquella operación siempre imprevista
que se mentaba con una solemnidad
de natural apenas perceptible. 
      «Están abriendo el puente»  se decía
dentro de un autobús o de algún taxi,
desde un balcón, una ventana, un bar
o una de las orillas de la ría.
Se decía con ese tono grave
a su pesar del prodigio asumido,
con espontaneidad y con fastidio acaso,
sin poesía alguna,
sin sospechar el poema que habitaban
los cientos de automóviles en fila,
los peatones junto a las barreras,
la ciudad detenida unos instantes
en el tiempo del mito
mientras en medio del paisaje estático
la chimenea o el mástil avanzaban
de una imposible Argos con graffitis
escritos por un pez: Líneas Pinillos. 
      Sólo algún tren, con discreción cumpliendo
su guardia horizontal y rutinaria
por una realidad puesta en peligro,
mostraba ante ese sueño su licencia
y seguía su ruta de hierro, inalterable,
bajo la maquinaria
secreta del hechizo. 
       «Están abriendo el puente», farfullaban
un chófer, un transeúnte, un camarero
mientras secaba un vaso con consciencia
de que era aquél un contratiempo mágico.
Y desde los autobuses y los taxis
y desde las ventanas y desde los balcones
y desde los bares
y desde las barandas
todos los transeúntes y los chóferes
y los ejecutivos y los niños,
en silencio, con resignación leve,
con aquella familiaridad
solemne, casi con recogimiento,
padecían la fantástica visita
de ese Abaddón benigno e industrioso. 
      Y así, tan cerca como el pavimento
oblicuo y las aceras verticales,
nadaba en la metrópoli el mercante,
sentíamos quizá poder tocar
al fantasmal pasaje, tan atónitos
los unos y los otros por esa proximidad
desconcertante y breve. 
      Y así, como un cajón de autómatas
que acciona una moneda, recobraba
de pronto la ciudad su movimiento,
las hileras de coches, la afanosa multitud,
pisando con rencor esas alas de asfalto
que ya se hallan selladas para siempre;
la realidad pisando igual que lo hacen hoy
exactamente, como si el milagro pudiera acabar aún de repetirse.